martes, 6 de marzo de 2007

Josep Maria Huertas Claveria

Esta es una selección de artículos publicados entre el 4 y el 6 de marzo, relativos a Josep Maria Huertas Claveria, fallecido de un derrame cerebral en la madrugada del domingo 5 de marzo.

1. Huertas, ángel con armadura
Por Josep Maria Espinàs (El Periódico de Catalunya)

Durante el franquismo aparecieron algunos periodistas que intentaron, hasta donde era posible, luchar contra la situación política y también contra el silencio existente --o su versión enmascarada-- de la situación social.
Yo tuve contacto, sobre todo, con Josep Maria Huertas Claveria y Josep Martí Gómez. Ambos eran referencias en el ámbito de la profesión, y Martí Gómez ha querido jubilarse pero sin lograrlo por completo. Continúa firmando crónicas. Huertas --siempre le hemos llamado así, sencillamente-- acaba de morir. Impensablemente. "Oh, Muerte, viejo capitán, es tiempo de levar el ancla", escribió Musset. Más de una vez, el viejo capitán se precipita. No era tiempo de partir, para Huertas. Todavía tenía mucho por hacer en el puerto de la vida.
Mientras escribo estas líneas, únicamente tengo la noticia de su muerte, dura, breve. Cuando se publiquen, el lector ya habrá leído una información detallada de todo lo que hizo Huertas, porque sus colegas, que le admiraban y le querían, habrán cumplido su deber, difícil, de resumir una vida.
Huertas y Martí Gómez fueron dos periodistas que quisieron entrevistarme en tiempos difíciles para un escritor catalán. No lo he olvidado. Y ahora que Huertas ha muerto, creo que pensaba en él y en otros como él cuando, hace años, me resistía a ingresar en el Col.legi de Periodistes. Ya había escrito muchos artículos, y seguía escribiendo, pero yo tenía muy clara la idea de que un auténtico periodista era quien trabajaba en una redacción --yo nunca estuve en ninguna--, quien salía a la calle para observar un hecho o una situación y dar la noticia. Era un esfuerzo constante, a menudo poco agradecido.
Huertas era uno de estos todoterreno, como se dice ahora. Y yo sentía un enorme respeto por ese esfuerzo. Pasaron muchos años antes de que Josep Pernau me convenciera de que yo también pertenecía al gremio.
Huertas ha sido un periodista con una intensa preocupación social. Sus escritos son un testigo contundente sobre la pobreza en Barcelona, la marginación, la injusticia. Esta voluntad reivindicativa le daba algunas veces una "superficie" --como diría Pla-- algo tosca, tras la cual latían las emociones más tiernas y más generosas. Y así, Huertas ha pasado por la vida como un ángel con armadura, para poder resistir incólume su integridad.
Mi cariño más respetuoso, Huertas, y más entristecido.

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2. El periodismo de los valores

Por Josep Carles Rius (La Vanguardia)

Por la noche, cuando los redactores de la sección Las Cosas de la Vida de El Periódico de Catalunya se despedían después de cerrar sus informaciones, siempre se repetía el mismo ritual. Josep Maria Huertas Claveria, el redactor jefe, les preguntaba qué tema traerían al día siguiente. Todos le explicaban qué noticia estaba al caer o qué reportaje estaría listo en las próximas horas. Huertas abría su agenda y al lado de cada nombre apuntaba algo parecido a un titular. La actualidad reescribiría el guión al día siguiente, pero el trabajo de calle, de proximidad, de los redactores representaba el núcleo central del periodismo en el que creía Huertas.

En ocasiones, en aquellas conversaciones de final de jornada, Huertas recordaba, siempre con una sonrisa, que "el periodismo es como un sacerdocio", es decir, dura las 24 horas, precisa de una dedicación absoluta. Ya la mañana siguiente, a menudo, el día empezaba con su célebre pregunta: "¿Eres feliz?". Y no era una broma. Realmente Huertas estaba siempre preocupado por la felicidad de los demás. Las respuestas de los redactores eran de lo más variado, pero, sin duda, constituía una excelente forma de empezar el día.

Sus redactores hicieron suya aquella concepción del periodismo, como antes había ocurrido en Quatre Cantons,Oriflama,El Correo Catalán,el Tele/ eXpres o después en Diario de Barcelona y ahora en La Vanguardia y el Avui.Aprendieron el oficio. Pero, sobre todo, aprendieron unos valores. El primero, la empatía con los protagonistas de sus informaciones. El ser humano debía ser el centro de todo y siempre merecía el respeto y la comprensión del periodista. Y esta concepción, nacida de la profunda bondad y ternura de Huertas, era compatible con un periodismo crítico, independiente y comprometido con sus ideales, con su ciudad y con su país.

Y, por haber conocido de forma trágica la ausencia de libertad, Huertas era, sobre todo, un hombre libre en todo el sentido de la palabra. Y tal vez por eso desconcertó a tantos que intentaron encasillarlo en dogmas o pensamientos únicos. Oa tantos que no comprendían la fidelidad a sus ideales de siempre en tiempos de mudanza ideológica. Huertas fue coherente con sus ideas y fiel a sus principios cuando este valor, la coherencia, no está precisamente en alza.

Vida y profesión se funden en la biografía de Huertas. Y en ambos casos con una pasión desbordante que le acompañó hasta el último día de su vida. El día en que, en la redacción de La Vanguardia,hablamos de los innumerables proyectos que tenía entre manos. Esa pasión le acarreó infinitas amistades y, también, algunas incomprensiones a lo largo de su trayectoria.

Ahora, con su muerte, a la vida le sigue el dolor de la pérdida de un ser humano excepcional. El vacío que deja un personaje único, el amigo incondicional. A la profesión le queda el símbolo de una manera de entender el periodismo. El periodismo que responde al mandato democrático de garantizar la libertad de expresión, de estar al servicio de los ciudadanos y de la veracidad, de la crítica y el respeto, de la salvaguarda de la convivencia, de la defensa de la solidaridad, de la voluntad de independencia... De los valores por los que Josep Maria Huertas Claveria luchó toda su vida. Hasta el último minuto. De los valores que hicieron suyos aquellos periodistas que en algún momento, a lo largo de más de 40 años, vieron sus historias escritas en la agenda de Huertas.

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3. La suerte de ser huertamaro

Por Eugeni Madueño (La Vanguardia)

Ser huertamaro fue, en la época en que creíamos en las revoluciones, todo un honor. El neologismo lo inventó - también- el sagaz Joan de Sagarra, a principios de los setenta. Era un trasunto de los tupamaros en boga en la época y definía a los periodistas que trabajaban a las órdenes de Huertas en la revista Oriflama.El término perduró y años después sirvió para identificar a los reporteros que trabajábamos con Huertas creyéndonos su periodismo de calle, combativo, carente de tonos grises, aliado de las clases subalternas a las que cantaba Raimon y, todo hay que decirlo, en consonancia con la época, también un poco demagógico. Trabajábamos sin medios, a un promedio de página por reportero y día, explotados, y, en la época en que el diario fue propiedad de Sebastián Auger, sin cobrar durante meses. Pero éramos jóvenes, teníamos vocación, nos parecía que estábamos ayudando a cambiar la sociedad, y disfrutábamos hasta la extenuación practicando el que mucho antes de que lo dijera García Márquez ya sabíamos que era el mejor oficio del mundo.

Huertas ha ejercido de maestro de periodistas. A él le debo mi primer trabajo en un diario serio, el Tele/ eXpres,que compartía propiedad y edificio con La Vanguardia.Sabía formar equipos de gente entregada, a los que contagiaba su entusiasmo y también sus angustias. Como jefe ejercía de amigo y de tirano a la vez, en función del día y de los temas que lleváramos entre manos. Alternaba los consejos y las reuniones amicales tipo revisión de vida con golpes de genio por los que luego pedía perdón siempre. Aún recuerdo el día que le tiró el teléfono a una compañera. Su carácter impulsivo y entregado modeló su magisterio profesional. Tenía la valentía de decir siempre lo que pensaba, a menudo sin medir las consecuencias. Entre ellas, ocho meses y 20 días pasados en la Modelo. En la profesión deja adversarios y amigos de por vida. La amistad, como el amor, tiene una lógica extraña. Querer a Huertas es como querer a un país. Oa un equipo de fútbol. Es imposible dejar de quererlos.

Fue ese sentimiento hacia su persona y el reconocimiento a su trabajo y trayectoria profesional lo que impulsó a la dirección del diario a ofrecerle colaborar en La Vanguardia cuando lo jubilaron prematuramente en el periódico en el que trabajaba. Fue un placer - el cierre de un círculo, en cierta manera- sentirlo de nuevo tantos años después escribiendo a mi lado, el comentario inadecuado siempre a punto, mientras mordisqueaba un bocata y sorbía ruidosamente su tetrabrik de frutas. El viernes pasado llegó a la redacción para escribir el artículo quincenal que ha de publicarse mañana martes. Se recuperaba de una segunda intervención quirúrgica y venía cansado y preocupado. Me hizo las dos preguntas de siempre: a) "Ets feliç?", y b) "Encara t´aguanta la teva dona?". Luego hablamos de Areceli, su mujer, y de sus dos nietas. Dijo que estaba cansado, que no se encontraba bien, que le exasperaba pensar que hubieran de practicarle otra intervención. Josep Carles Rius le acompañó a coger un taxi. A mitad del recorrido decidió ir a urgencias del hospital Clínic. Pero el derrame cerebral corrió más que el taxista.

"Los sentimientos son más densos que el agua", escribió en la dedicatoria a sus amigos del libro de memorias Cada taula, un Vietnam.Luego reprodujo una frase de Blai Bonet que hoy se revela su mejor epitafio: "Vaig descobrir que la felicitat són els altres".

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4. El viejo, fiel amigo del día a día

Por José Martí Gómez (La Vanguardia)

Desde la cárcel, Josep Maria Huertas me pidió libros y yo se los pedí a Carmen Balcells, que me dijo: "Este Huertas es el tío más áspero, molesto, maleducado, grosero e inaguantable que he conocido pero, no se si será por eso, se hace querer", y dicho esto dio la orden de que le enviasen muchos libros. Manuel Ibáñez Escofet, el director que entre broncas constantes mejor le comprendió, me definió a Huertas "como uno de los mejores periodistas que, por inquietud, capacidad de trabajo y sentido de entrega, ha tenido este país desde la Guerra Civil". Y yo, cuarenta años soportando sus Cacaolats con berberechos y sus acusaciones respecto a qué se ha hecho de mis sueños de juventud y lo mucho que he cambiado para mal, digo que ha sido para mí el viejo, fiel amigo del día a día, y el compañero de innumerables aventuras periodísticas en El Correo

Catalán,Destino,Cuadernos para el Diálogo y Oriflama,aventuras que él prolongó con decenas de libros sobre Barcelona en colaboración con Jaume Fabre, Pepe Encinas y, últimamente, su hijo Guillem.

Cuando la noche del doce de abril de 1976 Huertas salió de la cárcel, éramos muchos los que le esperábamos. Alguien gritó: "¡Vivan los huertamaros!". Se había marchado ya Joan de Sagarra, el que acuñó el término a raíz de una disputa entre el periodismo socialrealista de los redactores de El Correo Catalán y el periodismo imaginativo reivindicado por algunos colaboradores de Tele/ eXpres.Creo que de haber estado todavía en la puerta de la Modelo, Joan de Sagarra hubiese repudiado el grito. Quizá muchos de los que lo corearon repudiaron después a Huertas cuando, como tantos otros, con la democracia dejó de ser un mito.

Huertas ha sido algo más que un huertamaro. Huertas es muchas décadas del mejor reporterismo social de Catalunya y de lucha por la democratización de la sociedad y del periodismo. ¿Recuerdas, Joan Anton Benach, lo que Huertas te dijo al abrazarte al salir de la cárcel? Te dijo que algo importante había empezado en tu piso, justo frente a la cárcel, muchos años atrás, cuando jóvenes periodistas os reuníais clandestinamente para tratar de democratizar la profesión.

"Los huertamaros, como tantas otras cosas, murieron". Esto es lo que me dijo Jaume Fabre, otro amigo del alma, aquella lejana madrugada de abril mientras con las manos en los bolsillos y los ojos húmedos, como esta noche, caminábamos hacia el bar cercano.

- Las cosas pasadas no pueden volver - dijo Fabre casi con letra de tango.

Con Huertas se va una parte de mi vida. Ésta es la crónica más dolorida y personal que he escrito jamás y lo que en ella hay de humor no es sino para mitigar la amargura.

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5. J. M. Huertas Clavería, militante del periodismo

Por Jaume Guillamet (El País)

La muerte de Josep María Huertas Clavería (Barcelona 1939-2007), decano del Colegio de Periodistas de Cataluña, se lleva a una de las figuras más significativas de la renovación del periodismo, profesión que concibió siempre como una militancia.

Hijo de un periodista del régimen franquista, Huertas Clavería halló un padre espiritual en Manuel Ibáñez Escofet, director más tarde del vespertino Tele Exprés, donde también trabajó. En el verano de 1975 fue detenido por la autoridad militar y condenado en consejo de guerra por un reportaje en que aludía a las actividades de algunas viudas de militares franquistas. El apoyo incondicional que recibió de la Asociación de la Prensa, presidida sucesivamente por Santiago Nadal y Carlos Sentís, fue revelador de la transición ya avanzada en la corporación de los periodistas catalanes, cuya manifestación solicitando su libertad fue la primera autorizada en España y preludio del indulto en 1976.

Sin haber cumplido los 40 años, Huertas había creado escuela de reporterismo de calle entre periodistas más jóvenes y había desplegado un potente abanico de actividades. Formado en los ambientes del obrerismo católico, colaboró en revistas como Signo de Madrid y Presència de Girona, dirigió otras como Oriflama de Barcelona y publicó libros como Chicos de la gran ciudad o 21 d'entre nosaltres.Es autor de una biografía del dirigente cenetista Salvador Seguí y de una extensa obra investigadora sobre la historia moderna de la ciudad.

Barcelona y la vida de los barrios y de los trabajadores fueron el eje de una actividad profesional llevada a cabo principalmente en El Periódico de Catalunya y más recientemente en La Vanguardia y Avui.

De súbito, a los 67 años, ha muerto antes de cumplir el primer año como decano del Colegio de Periodistas de Cataluña. Desaparece así un periodista vocacional y militante, exigente y obstinado, hombre leal y de fuertes convicciones, trabajador incansable, cuya humanidad a nadie dejaba indiferente.

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6. Nuestro Kapuscinski

Por Montserrat Minobis

Kapuscinski dejó dicho que "para ser buen periodista, hay que ser buena persona y estar al servicio de una información veraz, plural y libre". Ahora, cuando nos ha dejado Huertas Claveria, no puedo menos que recordar estas palabras de Kapuscinski que retratan lo que fue para nuestro amigo y compañero el oficio de periodista. Una voluntad de servicio constante, una tozudez hecha a prueba de mil dificultades superadas a base de saber ejercer un modelo de periodismo combatiente, militante, hecho en la calle y escuchando la voz de las personas.
Hoy, cuando tenemos medios tecnológicos para el desarrollo de nuestra profesión --que Josep Maria utilizaba--, debe saberse que seguía haciendo kilómetros en busca de lo que después sería noticia, no importaba si pequeña o grande, porque su valor era la vivencia que representaba. Me gustaría que las nuevas generaciones de hombres y mujeres que pretenden que el oficio de periodista sea el suyo sean capaces de entender que el periodismo debe ejercerse con actitud de servicio a la ciudadanía.

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