sábado, 14 de mayo de 2005

La mentira del pobre

Este artículo de Joan Barril apareció en la contraportada de El Periódico de Catalunya, en su edición del 13 de mayo.

DICEN QUE la impostura de Marco da alas a los negacionistas del Holocausto. Denunciarle en estos días le ha convertido en espectáculo. ¿Tan urgente era delatar a un enfermo ¿Quién no ha mentido jamás

Ayer fue, por lo visto, el día de la mentira. Miren. El presidente de Baleares, que acababa de superar la sospecha de haber hecho votar a ciudadanos de Formentera perdidos en ultramar, se refugiaba en la declaración por escrito ante una acusación de espionaje electrónico a miembros del Gobierno del PSOE cuando mandaban en las islas. El que fuera el gran abogado del establishment político catalán, Joan Piqué Vidal, continuaba imputado en una red de blanqueo de dinero. Algunos políticos antiguos manifestaban ante el juez que nunca supieron nada del desvío de fondos en la Conselleria de Turisme. La presidenta del Consejo de Seguridad Nuclear, María Teresa Estevan, había dado una mano de pintura y maquillaje a las acusaciones tan certeras como alarmantes sobre el pésimo estado de Vandellòs 2. El dúo financiero conocido como los Albertos declaraban ante los juzgados por falsedad de pruebas en el caso Urbanor.

Todo eso se podía leer en la prensa de ayer. Pero la guinda la aportó el que durante años fue presidente de la Amical de Mauthausen, Enric Marco, que tuvo que admitir que no había estado jamás en un campo de exterminio y que su vida había sido una ficción. Ayer Marco fue sometido a un durísimo juicio. Se le obligó a mirar a la cámara, a pedir perdón y a tener que explicar lo que probablemente ni él mismo podía explicarse. Mientras tanto, el resto de egregios mentirosos continuaban en sus cargos y en sus poltronas y ningún periodista les humilló delante de la opinión pública. A menudo ser fuerte con el débil equivale a ser débil con los fuertes.

Enric Marco es uno de esos sociópatas que entraron en la vía muerta de la falsedad y que han acabado siendo unos impostores de largo recorrido. La mayoría de mentirosos miente por interés, por amor, por salvar la vida. Los sociópatas mienten por vanidad o simplemente porque ya no podrían demostrar que no son lo que ellos han interiorizado que son. Un día me saltaban las lágrimas cuando Marco nos contó el episodio de la partida de ajedrez. Decía Marco que se encontraba en el campo de concentración enseñando a jugar a otro preso cuando la sombra de un SS se proyectó sobre el tablero. El SS apartó al aprendiz y desafió al mediterráneo Marco con todas las consecuencias. Era evidente que el SS quería humillarle con una derrota. Y también era evidente que, si Marco ganaba, el SS le pegaría un tiro. Marco jugó y ganó. Y ante la cámara decía: "Aquel día gané la batalla de Stalingrado".

Ahora sabemos que nada de esto sucedió y nos sentimos defraudados y doloridos porque un farsante se ha revestido del sufrimiento y la muerte de muchos que no están aquí para contarlo. Pero el impostor fue un apóstol de la causa que quiso abrazar. No buscó la notoriedad de los micrófonos sino la didáctica de las escuelas. Tal vez incluso percibió un pequeño sueldo por narrar una historia que jamás fue suya. Se vio arrastrado por una mentira que la gente deseaba escuchar. Pero Marco sólo es un sociópata común y no un delincuente de cuello blanco. No merece comprensión. Pero los otros tampoco merecen esa honorabilidad impune de la que alardean.

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